Último día de ruta, esta noche se emprende el vuelo de vuelta, así que hemos aprovechado para relajarnos en Kathmandú. Tranquilidad y Kathmandú son agua y aceite, pero hay momentos y espacios para salir de la presión del tráfico.
Jardín de los sueños
Despierta la Plaza Durbar de Kathmandú
Aún conservábamos el pase para entrar a la plaza obtenido el primer día, pagando la entrada de un día te pueden dar un pase por toda la duración del visado si lo solicitas. Así que a primera hora estábamos allí para echar el último vistazo.
Después de una noche de lluvia monzónica el cielo estaba azul celeste, lo cual daba una visión diferente de la plaza.
A primera hora, lo que llama mucho la atención es la cantidad de gente que va a hacer sus oraciones y a dar sus ofrendas. A los pequeños templos se amontona la gente.
Sin duda es muy recomendable visitar la plaza a distintas horas y distintos días, van cambiando los asistentes y con ello el paisaje.
Jardín de los sueños
Este lugar es un remanso de paz en Kathmandú, un lugar donde parejitas de enamorados y familias acuden para pensar que no viven en un lugar tan convulso.
Para acceder hay que abonar una entrada de 200 NPR y llama la atención que los residentes pueden acceder a la compra de bonos de 10 entradas con descuento. O sea, que hay gente viene con frecuencia al único parque que hemos podido ver en Kathmandú.
Y no es que sea un gran espacio donde pasear, apenas queda media hectárea de parque, frente a las 1,6 que tenía en 1920 cuando lo construyó el mariscal Kaiser Shamer.
El parque es pequeñito, y es más bien pesado para simplemente estarse sentado en sus bancos o colchonetas, y no tanto para pasear. También se puede comer o tomar algo en su cafetería, pero es caro comparado con el resto de la ciudad.
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